Praga es a la vez una ciudad bella e histórica, abierta y enigmática, culta pero entretenida. Resultado de la fusión de dos localidades que había a cada lado de su columna vertebral, el cauce majestuoso del río Moldava, que además da pie a su nombre (la palabra praha alude a un vado fluvial), su riqueza monumental hace que esté protegida por la UNESCO como Patrimonio de la Humanidad desde 1992.
Desde aquel primer asentamiento en el siglo X por pueblos eslavos hasta el millón y cuarto largo de habitantes actuales, la ciudad ha vivido acontecimientos de todo tipo, unos memorables y otros terribles: la dinastía seminal de los Premislitas, el enriquecimiento medieval por su estratégica ubicación continental, el establecimiento de una importante comunidad judía que le ha dejado un considerable legado, el caos bélico de las guerras de religión, el renacer cultural del primer tercio del siglo XX, el horror de la II Guerra Mundial, los años al otro lado del Telón de Acero, la designación como capital de la recién nacida República Checa tras separarse ésta de Eslovaquia, etc.
¿Qué tienen en común nombres como Frank Kafka (escritor), Emil Zapotek (atleta), Jan Hus (líder religioso), Milos Forman (cineasta), Rainer María Rilke (poeta), Bedrich Smetana (músico) o Vaclav Havel (escritor, político y Premio Nóbel)? El nexo entre ellos es Praga. Al igual que pasa con Madrid, por ejemplo, no necesitaron haber nacido en la ciudad para integrarse en su vida y convertirse en hijos adoptivos, ensalzándola cada uno con sus respectiva cualidad.
Y es que Praga destila por sus cuatro costados cultura y arte, ocio y turismo, todo ello plasmado en palacios, iglesias, castillos, puentes, estatuas, museos, plazas, torres, teatros, cafés, tiendas de moda e incluso cementerios. Razones más que suficientes para pasear por sus calles, probar el tranvía, degustar su contundente gastronomía, asistir a sus espectáculos y, en suma… necesitar mucho más de cuarenta y ocho horas para conocerla.
El Castillo y Hradcany – 9:00 horas
La gran ventaja que tiene la capital checa es que la mayor parte -por no decir la totalidad- de sus puntos de interés se concentran en cinco barrios agrupados y repartidos por ambas riberas del Moldava, de manera que es posible dedicar un día a una y el segundo a la otra. Y puestos a empezar, nada mejor que ese cerro que domina el casco urbano donde se alza la mole del Castillo de Praga, una de las mayores áreas fortificadas del mundo, con más de siete hectáreas.
Desde su apertura a primera hora de la mañana esperan las masas de turistas, una constante durante todo el recorrido. Residencia de los reyes de Bohemia desde el siglo XII, como todos los edificios de su tipo ha protagonizado múltiples avatares históricos, algunos de ellos tan renombrados como la defenestración de 1618. Es un enorme recinto estructurado en torno a dos patios donde los dos lugares de referencia son el Palacio Real y la Catedral de San Vito.
El primero presenta varias fases estilísticas sucesivas, desde el románico a las últimas reformas del XX pasando por el gótico, el barroco y el neoclásico, fruto de las ampliaciones que iba aportando cada monarca o mandatario. Rincones especialmente destacables son el imponente Salón de Vladislav, la Dieta (Parlamento medieval aunque también servía como salón del trono), la Escalera del Jinete (escalinata por donde se podía entrar a caballo al Salón para participar en justas), la Cancillería (donde está la ventana de la citada defenestración) o la Capilla de Todos los Santos.
La catedral se empezó a construir en 1344 por orden de Carlos IV, con dirección de Mathieu d’Arras continuada por Peter Parler., si bien no se terminó del todo hasta 1929. Mide 124 metros de longitud por 60 de ancho y 34 de alto (aunque la torre principal alcanza el centenar). Su gran rosetón vidriado es de lo último que se incorporó. La fachada sur era la principal, originalmente, y en ella brilla con luz propia la Puerta Dorada de mosaico. Además no hay que perderse la galería superior del triforio, la tumba de San Juan Nepomuceno y las capillas de la girola, incluyendo la de la Santa Cruz (donde reposan los restos de los soberanos bohemios), el Oratorio Real y la capilla de San Wenceslao (con las reliquias del santo). En esta última se halla la puerta de acceso a la Cámara de la Corona, que alberga las joyas reales (según la leyenda, quien se apropie indebidamente de ellas morirá de forma trágica).
Al salir de la basílica es recomendable darse una vuelta por los patios para ver qué más maravillas depara esta ciudadela. Entre ellas cabe citar el convento de San Jorge, la Torre de la Pólvora, la Torre Dalibor, el Palacio Lobkowicz, los Jardines Reales y, especialmente, el Callejón del Oro, formado por pequeñas casitas de una sola planta en las que vivían y trabajaban los artesanos en el siglo XVI.
Hradcany – 12:00 horas
Una vez fuera del recinto del Castillo, no sin antes asistir al cambio de guardia (a mediodía), es el momento de completar la mañana recorriendo a pìe el barrio de Hradcany, es decir, todas sus inmediaciones., siguiendo el sentido inverso a las agujas del reloj. La primera paradas sería la fachada del Palacio Arzobispal, adosado al de Sternberg y que por el otro extremo se remata en el de Martinic. Están en una plaza donde también se hallan, frente al patio del Castillo, los palacios de Salma, Schwarzenberg y Tosorna. Más al este, las iglesias de San Juan Nepomuceno y El Loreto (que cuenta con una supuesta réplica de la casa de la Virgen María), junto al Monasterio de los Capuchinos. Podríamos terminar la primera parte de la jornada visitando el espléndido Monasterio de Strahov, con atención especial a su fabulosa biblioteca.
















Malá Strana – 15:00
No hay problema para buscar un sitio donde comer, pues cualquier viajero con el tiempo justo agradecerá que Praga disponga de numerosos puestos de comida callejera o que las no menos abundantes cervecerías ofrezcan algo para acompañar las gigantescas jarras de cerveza que sirven. Así que, lleno ya el estómago, llega el momento de una visita vespertina al barrio de Malá Strana, aún en la margen izquierda del río.
Muchos consideran a ésta la parte de Praga con más encanto, llena de hoteles, restaurantes y otros establecimientos hosteleros pero, a la vez, no carente de sitios monumentales que ver. Por ejemplo, palacios como Wallenstein, Morzin o Schönborn. El barroco se hace presente en multitud de fachadas y terrazas; también en iglesias como la de San Nicolás, en la que el exuberante púlpito, el órgano, el altar mayor y la magnífica cúpula pintada al fresco pueden dejar sin habla a cualquiera. Malá Strana tiene una amplia zona verde compuesta por los jardines de Strahov y del Seminario más el Bosque de Petrín, ideales para descansar de tanto arte y para ver una curiosidad: un mirador con la forma de la Torre Eiffel pero en menor tamaño.
No obstante, quien prefiera seguir callejeando debe perderse en el laberinto que lleva hasta el Muro de John Lennon, una pared llena de grafitis alusivos al exbeatle; los primeros fueron pintados en los años setenta por los estudiantes, en protesta contra el sistema comunista. Acercándose un poco más al Moldava se podrá contemplar un curioso molino de agua, aunque se verá mejor desde el Puente de Carlos IV. A éste se accede por la calle Mostecka y tras atravesar una torre defensiva. El puente, peatonal y decorado con docenas de estatuas, mide medio kilómetro por el que se establecen muchos artistas callejeros; es uno de los rincones emblemáticos de Praga y, por debajo de otra torre, permite pasar a la otra orilla para ver los otros tres barrios turísticos.









Ciudad Vieja – 9:00
La Staré Mesto o Ciudad Vieja era el barrio en torno al ayuntamiento, donde habitaban y trabajaban los comerciantes y artesanos. También es el sitio más indicado para comer si se quiere hacerlo de restaurante. Pero antes hay que conocer el lugar. Se puede empezar donde se dejó el día anterior, en el Puente de Carlos IV, a cuyo lado derecho se encuentra el Museo Smetana (en un edificio neorenacentista asomado al río) mientrtas que al izquierdo está el Clementinum (antiguo seminario). Avanzando por la serpenteante calle Karlova, flanqueada por fachadas históricas y sitios curiosos como el Museo de Arte Joven, un Museo de Marionetas, el Teatro Negro o la estatua dedicada a la princesa Libussa (fundadora mítica de Praga) entre otros, se llega al famosísimo Reloj Astronómico, que está en un lateral del consistorio.
Es la antesala a uno de los lugares más fotogénicos de la ciudad, la plaza conocida como Staromestké Námestí. En ella se ven las fotogénicas y afiladas torres góticas de la Iglesia de Tyn, el Palacio Golz-Kinský (ahora galería de arte) y la Iglesia de San Nicolás, barroca. En el centro está la estatua de Jan Hus y, rodeando ese diáfano espacio, multitud de detalles: la Casa de los Osos Dorados aquí, la oscura Torre de la Pólvora allá, la Campana de Piedra acullá… El románico se alterna con el gótico, el barroco con el art-nouveau. Es el momento de girar hacia el norte y rematar la mañana en un rincón verdaderamente especial.




Barrio Judío – 12:00
La antigua judería praguense, también llamada Josefov, data del siglo X como mínimo, si bien tuvo su momento álgido unos seiscientos años después, en tiempos del emperador Rodolfo II, cuando uno de los miembros de la comunidad llegó a ser ministro. Escenario de la versión local de la Shoa durante la II Guerra Mundial, lo poco original que se conserva se debe a la intención nazi de convertir el barrio entero en un museo.
Por supuesto, es casi obligatorio visitar el célebre cementerio, creado en 1478. La escasez de espacio obligó a enterrar los cuerpos unos sobre otros en varios niveles, por lo que las doce mil lápidas labradas existentes hoy no representan más que a una mínima parte de las cien mil personas inhumadas. De ellas, sin duda la más popular es la del rabino Löw pero, arracimadas en los lindes del tortuoso sendero, se van sucediendo otras desde aquellos tiempos hasta 1787, año en que se hizo el último sepelio.
Al salir, conservando la kippa que dan con la entrada (que vale para todo el conjunto), es recomendable ir visitando las sinagogas. La primera, la Klausen, es un museo de costumbres judías. y está adosada al camposanto, lo mismo que la Pinkas (cuyas paredes interiores tienen escritos todos los muertos en el Holocausto) y la Saronová (gótica, la más antigua de Europa). Otras sinagogas son la renacentista (restaurada en barroco) Maisel, la morisca Española y la Viejo-Nueva. Por último, se puede ver el Convento de Santa Inés, un edificio gótico actualmente reaprovechado como Galería Nacional de arte checo decimonónico.
La Ciudad Nueva – 16:00
Después de comer en cualquiera de los sitios típicos que abundan en la Ciudad Vieja, toca ver una parte distinta de la urbe, la Nové Mesto. No es que sea de nuevo cuño sino que corresponde a un par de kilómetros cuadrados de urbanismo planificado, con calles anchas, mercados y arquitectura monumental con la habitual mezcla de estilos. La mejor muestra de ello es la colosal y alargada Plaza Wenceslao, que ha pasado de ser el mercado medieval de caballos una referencia para los turistas. No obstante, sigue siendo un equino el protagonista: el que sirve de montura al santo homónimo en la estatua ecuestre que se alza frente al Museo Nacional, casi compartiendo espacio con el monumento a la memoria de las víctimas del comunismo.
La Ciudad Nueva – 17:00 horas
Hay otra importante plaza, ésta en la zona sur de la Nové Mesto: la dedicada a Carlos IV. Aquí predomina el barroco, si bien los edificios más destacados no se encuadran en ese estilo: uno es el Teatro Nacional, decimonónico, neorrenacentista y solemnemente bello; el otro, la llamada Casa Danzante, popularmente conocida como Ginger y Fred porque sus autores (el famoso Frank Gehry y Vlado Milunic) le confirieron un diseño tan dinámico como sorprendente.
Aún habría tiempo de ver otros rincones fascinantes, como la Casa Fausto (que albergó a un alquimista), el Ayuntamiento de la Ciudad Nueva (con su inconfundible torre y una ventana donde hubo otra defenestración) o la Iglesia de San Cirilo y San Metodio (asaltada por las SS para capturar a los autores de la muerte de unos de sus jefes, Reinhard Heydrich; todavía se ven las marcas de los disparos).
Cómo llegar Avión: el Aeropuerto Internacional Vaclav Havel está en Ruzyne, a 10 kilómetros del centro urbano (línea A de Metro) Es el hub (centro de conexiones) de Czech Airlines, que vuela desde España con salidas desde Madrid, aunque también lo hacen Iberia, Vueling y Smart Wings. Asimismo, hay salidas desde Barcelona (Czech, Iberia, Vueling), Lanzarote (Travel Service), Gran Canaria (Travel Service) y Tenerife Sur (Travel Services). Tren: Praga tiene dos grandes estaciones, la Estación Central Hlavni Nadrazi, y la estación Holesovice, operadas por la compañía Ceské Dari. Interrail, Rail Plus y Eurrail son las opciones que ofrece Renfe. Autobús: la empresa ALSA ofrece conexiones en autobús desde Madrid. Dónde alojar Cuándo ir |