Europa es el continente de los castillos. Fortalezas y construcciones defensivas los hay también en otros rincones del mundo, pero en ningún otro se reúne tal cantidad como en el viejo continente, donde además revisten su aspecto más clásico: ése que las da una morfología a base de torres, almenas, foso…

Eso sí, en cada país desarrollan su propio estilo, de manera que una selección como la presente permite apreciar evidentes diferencias entre unos y otros. Así, los recios y sobrios castillos británicos de piedras ciclópeas contrastan con el refinamiento de los franceses, más próximos al concepto de palacio, con sus cúpulas y sus bucólicos jardines alrededor.

Igualmente, los castillos escoceses, a menudo caserones fortificados, quedan muy alejados de los castillos romanticistas de centroeuropa o Portugal, que parecen salidos de un cuento de Andersen, mientras los de los países del Este también han desarrollado sus propias características, fácilmente identificables.

En suma, lo que se propone aquí es una lista caprichosa y subjetiva que muy bien podría sustituirse por otra casi íntegramente. Pero lo cierto es que este top ten propuesto ofrece al visitante gran interés turístico, no sólo por la arquitectura en sí sino también por su historia, su arte y el hecho de albergar interesantes museos en su interior.

1. CASTILLO DE EDIMBURGO. Edimburgo (Escocia, Reino Unido)

Situado sobre un promontorio rocoso de origen volcánico que domina la ciudad, el castillo de Edimburgo es el lugar más visitado de Escocia (más de un millón de personas al año), un auténtico espectáculo turístico que, además, cobra especial protagonismo durante el famoso Tatoo Military Festival, cuando su patio pasa a ser escenario (con gradas portátiles) para acoger conciertos gaiteros.

Antes, su uso era bélico. Y al decir antes hay que remontarse muy atrás, casi tres mil años, a los primeros asentamientos de aquel baluarte natural que luego fue conocido como Din Eydin. Allí se establecieron romanos, anglos, sajones, normandos… Fueron muchos los asedios soportados por sus muros hasta que a partir del último, 1745 el panorama se calmó y pasó a menesteres más tranquilos como epicentro del espíritu nacional escocés.

El laberíntico castillo tiene en sus instalaciones montones de rincones de interés cuya visita lleva una mañana entera: la batería de Argyle, el cañonazo de las 13:00, el Museo Nacional de la Guerra, el Museo del Regimiento de los Royal Scots Dragoon Guards, la Capilla de Santa Margarita, el gigantesco cañón llamado Mons Meg, el cementerio canino, el Palacio Real, las joyas de la corona escocesa, las cárceles… Conviene ir provisto de un plano.

Las panorámicas de Edimburgo desde las almenas son espléndidas. Claro que se trata de una ciudad fascinante, llena de lugares fascinantes, unos muy bellos, otros misteriosos: el Palacio de Holyrood House, la Royal Mile, Calton Hill, el monumento a Walter Scott, los closes, los cementerios… Por algo es Patrimonio de la Humanidad.

Edinburgh Castle, Scotland, United Kingdom

El emblemático Castillo de Edimburgo – Imagen: ©depostiphotos.com/Bertl123

EN BREVE – EDIMBURGO
Cómo llegar
Avión: desde Madrid operan la ruta Air Europa, EasyJet e Iberia, mientras que desde Barcelona lo hacen Vueling y Ryanair. La compañía británica Jet2.com también enlaza la capital escocesa con algunas ciudades turísticas españolas de la costa mediterránea e insulares.El clima de Edimburgo es constantemente variable, de forma que en un mismo día se pasa del sol a la lluvia varias veces, incluso en verano, por tanto, es imprescindible paraguas o chubasquero. ¿Por qué fijarse especialmente en la temporada estival? Porque es entonces cuando la ciudad cobra una vida inusitada a causa del Fringe Festival, que llena las calles de actuaciones y animación.Visit Scotland, la magnífica web oficial de turismo del país, proporciona mucha información más.
2. CASTILLO DE STIRLING. Stirling (Escocia, Reino Unido)

No salimos de Escocia, una de las tierras europeas que conserva mayor número de castillos. En la localidad de Stirling hay uno que presenta muchas similitudes con el anterior. Unas son físicas, como el hecho de asentarse sobre otra gran masa rocosa volcánica, dominar los alrededores y estar compuesto por un buen puñado de edificios de usos variados, tanto militares como palaciegos. Las otras hay que buscarlas en la intensidad y turbulencia de su historia.

Y es que el castillo se encuentra en una zona de gran valor estratégico, razón por la cual la realeza lo ocupó al menos desde el siglo XII; de hecho, en su palacio se alojó la famosa reina María. Hasta una quincena de asedios llegó a sufrir, con las consiguientes reformas que cambiaron parte de su fisionomía. Tengamos en cuenta que la famosa batalla de Stirling, en la que el héroe nacional William Wallace derrotó a los ingleses, se desarrolló en la llanura que se extiende a sus pies.

La visita al lugar también lleva su tiempo. Tras los muros exteriores se suceden varios complejos arquitectónicos articulados por patios, destacando el Forework (barbacana), el Gran Salón, el Palacio de Jacobo V, el palacio antiguo, la Capilla Real, las cocinas, varios jardines y el Museo del Regimiento Highlander Argyll Shutterland, entre otros sitios.

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3. CASTILLO DE NEUSCHWANSTEIN. Schwangau (Baviera, Alemania)

Inconfundible. Si hay un castillo asociable a la imagen decimonónica y centroeuropea, el de Neuschwanstein se lleva la palma sin discusión. Inmortalizado en miles de pósters, puzzles y otros recursos iconográficos, este precioso edificio se empezó a construir en 1868 por orden de Luis II de Baviera, conocido como el Rey Loco.

Su estilo no responde a una necesidad defensiva sino a la idealización romántica que entonces había sobre la Edad Media, por eso está más cerca de ser un palacio que una fortaleza, integrándose en el excelso paisaje alpino que lo rodea. Se asienta con cemento sobre una gran roca, siendo la piedra caliza blanca el material principal, presentando una sucesión exterior de elegantes tejados de pizarra, espigadas torres atechadas, decenas de ventanas…

Si por fuera resulta espectacular -con un plus si hay nieve-, por dentro no le va a la zaga, destacando las salas del trono y de los Cantores, con una resultona decoración historicista. Tanto como para que, después de que Luis II abandonara el sitio, se abrió al público y pasó a ser una importante fuente de ingresos. Luego, en 1923, pasó a manos del estado bávaro.

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El romanticismo del castillo de Neuschwanstein – Imagen: ©depostiphotos.com/sepavone

4. CASTILLO DE PRAGA. Praga (República Checa)

Praga es una de esas capitales europeas que hay que visitar alguna vez, llena de monumentos que acreditan una historia intensa y tormentosa. El castillo que lleva su nombre es, en realidad, una auténtica ciudadela en la se juntan muchos rincones tan variados como interesantes, quedando un tanto de lado el carácter defensivo del complejo, apenas visible en algunos tramos de muralla y en la ubicación misma, una colina.

Y es que se trata de una gran recinto que, a partir del siglo X, fue creciendo en torno a la iglesia de Nuestra Señora, incorporando con el tiempo más templos (San Jorge, Capilla de la Santa Cruz), el Palacio Real, la Catedral de San Vito, el Palacete de Santa Ana, la Sala Española…

Merece la pena ver rincones palaciegos como la Escalera de Caballería, la Oficina del Registro de la Propiedad, la Vieja Asamblea, la Sala de Vladislao o la ventana de las defenestraciones. En la Catedral, exterior aparte, las joyas de la corona, la Capilla de San Wenceslao, la tumba de plata de San Juan Nepomuceno o el mosaico del Juicio Final. Y

Y tampoco hay que olvidar el encanto, más sencillo, del Callejón del Oro (callejuela con casas de los artesanos, una de las cuales habitó Kafka) o los jardines Rajská y Na Valech.

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El Castillo de Praga, coronado por la Catedral de San Vito

5. CASTILLO DE BRAN. Brasov (Rumanía)

El castillo que más se asocia a Drácula, por su fotogenia y por el montaje que hay alrededor, es el de Bran, situado muy cerca de la ciudad de Brasov. Lo paradójico es que no hay constancia de que Vlad Tepes, el personaje que inspiró la novela de Bram Stoker, pisara jamás aquel edificio (salvo quizá algún día de paso, en uno de sus calabozos).

De hecho, ni siquiera lo mandó construir él sino los caballeros teutones, un par de siglos antes, cuando, a su regreso de las Cruzadas, obtuvieron permiso para establecerse en esa zona fronteriza entre Valaquia y Hungría. Hay que decir, no obstante, que de aquella fortificación apenas quedan restos, ya que los tártaros la destruyeron y luego fue reconstruida por el rey húngaro Luis I.

Actualmente, es un castillo privado explotado como museo. Un sitio de aspecto severo, macizo, protegido por su situación en lo alto de un afloramiento rocoso y estructurado en torno a un patio. Los torreones, inconfundible por sus tejados rojizos, se comunican por pasadizos y escaleras helicoidales, hay numerosas salas y armerías, y en su entorno ha crecido una especie de improvisado parque temático sobre vampiros y otras criaturas sobrenaturales.

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El Castillo de Bran – Imagen: ©depostiphotos.com/Katamal

6. CASTILLO DE CHILLON. Vaytaux (Suiza)

Otro castillo muy representado en el arte pero, en vez de cine, en pintura y literatura: nada menos que Courbet lo plasmó en óleo, mientras que el romántico Lord Byron situó en él uno sus poemas. A ellos se sumaron otros escritores como Rousseau, Hugo, Dumas, Flaubert… Podríamos añadir la fotografía, porque el Castillo de Chillon se presta a ello en ese entorno bucólico, asentado sobre un pequeño istmo rocoso al borde del lago Lemán.

Construido sobre un antiguo campamento romano (a su vez levantado sobre otro prehistórico), el castillo se edificó en el siglo X, aunque la casa de Saboya lo amplió considerablemente en el XIII. Al parecer no resultaba un sitio cómodo, por lo que fue usado básicamente como prisión -buena parte de la comunidad fue encerrada allí, acusada de envenenar los pozos y causar la peste- hasta que un siglo después protagonizó varios episodios de las guerras civiles suizas. Posteriormente tuvo otros usos: hospital, almacén de artillería, penal militar…

Pero si por dentro no atraía, por fuera ocurría lo contrario y en tiempos decimonónicos se procedió a su restauración -algo fantasiosa-, trabajos que terminaron en el siglo XX. Gracias a ello, cientos de miles de visitantes anuales le siguen dando vida.

Chillon castle, Geneva lake (Lac Leman), Switzerland

El bucólico castillo suizo de Chillon – Imagen: ©depostiphotos.com/swisshippo

7. CASTILLO DE CHAMBORD. Chambord (Francia)

Un ejemplo perfecto de esa asimilación entre castillo y palacio que tanto abunda en Francia está en la localidad de Chambord, en una región tan castillera como la del Loira, donde es el complejo arquitectónico más grande de ese tipo.

Lo construyó Francisco I como mero pabellón de caza, lo que explica el predominio del estilo renacentista. El mérito del diseño corresponde a Domenico da Cortona, aunque la leyenda cuenta que el mismísimo Leonardo da Vinci participó, pues vivió allí sus últimos años y murió en el vecino Amboise. Otros residentes ilustres fueron Luis XIV y el mariscal Berthier, mano derecha de Napoleón en campaña.

Ocho grandes torreones con tejado cónico negro, centenares de chimeneas, casi medio millar de estancias y un bosque envolviendo el conjunto caracterizan, junto con el color blanco de su piedra, al castillo de Chambord, un atractivo turístico que forma parte del Patrimonio de la Humanidad en compañía de los demás castillos del Loira.

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El majestuoso castillo de Chambord – Imagen: ©depostiphotos.com/ phb.cz

8. CASTILLO DE AMBOISE. Amboise (Francia)

Si se visita Chambord hay que aprovechar la oportunidad y obtener el dos por uno, ya que el Castillo de Amboise está muy cerca. Tanto que se comunica con el anterior mediante un pasadizo subterráneo.

La familia homónima fue su propietaria durante cuatrocientos años hasta que la Corona lo confiscó en 1434 por su participación en una conspiración. Entonces pasó a ser residencia real de monarcas como Carlos VIII -su principal reformador-, Luis XI -que le dio vida-, Luis XII -él invitó a Leonardo, que hoy está enterrado allí-, Francisco I, etc.

Una de las descripciones más sintéticas del lugar es de la web de turismo de Francia: “Con sus murallas, sus imponentes torres de Minimes y Hertault, sus dinteles, sus tragaluces góticos o Renacimiento, sus edificios entre Edad Media y Renacimiento, el castillo es una clase de arquitectura y un viaje por los siglos”.

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Castillo de Amboise

9. CASTILLO DE WINDSOR. Windsor, Berkshire (Inglaterra)

Otra residencia real, en este caso de Reino Unido, es el famoso Castillo de Windsor, que aún utiliza la Reina para retirarse los fines de semana. Cinco hectáreas de fortaleza y palacio que fueron creciendo y reformándose siglo tras siglo (la última vez en 1992, tras un incendio) hasta otorgarle el aspecto actual, combinación de los estilos georgiano y victorianocon elementos neogóticosy rococó.

No obstante, ese conjunto lo empezaron a hacer los normandos en la Edad Media, época de la que quedan como testimonio la Torre Redonda, una torre del homenaje encaramada sobre una colina artificial en el centro. A partir, de ahí, como pasa casi siempre, diversos avatares históricos lo fueron remodelando. Los puritanos, por ejemplo, lo usaron como prisión (allí se encerró a Carlos I) y, con la Restauración, se le añadieron espectaculares salas barrocas. Hoy alterna la función regia con la de museo.

Se trata del castillo habitado más grande del mundo, con medio millar de empleados. Es escenario de grandes eventos de estado y posee un espléndido patrimonio artístico que forma parte de la Royal Collection, lo que atrae a un millón de visitantes al año.

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El inconfundible aire británico del Castillo-Palacio de Windsor – Imagen: ©depostiphotos.com/Veneratio

10. PALACIO DA PENA. San Pedro de Penaferrim, Sintra (Portugal)

Aunque a priori este fantástico edificio portugués podría asimilarse a los palacios franceses, en realidad entroncaría más bien con el citado Castillo de Neuschwanstein, dado el carácter marcadamente neorromántico de su arquitectura, típica del siglo XIX en que se construyó.

Los trabajos se empezaron en 1836 por orden del príncipe Fernando II, que precisamente era de origen germano y pretendía reconstruir un antiguo monasterio jerónimo demolido por el terremoto de 1755. Pero de aquel complejo primigenio apenas quedaba una capilla y las murallas del llamado Castelo dos Mouros, una alcazaba musulmana que había aprovechado lo agreste del terreno para afianzar su posición defensiva.

El resultado de aquella empresa fue el actual Palacio da Pena, cuyo aspecto parece haber salido de un cuento de Andersen. Los reyes se retiraban allí en verano porque el clima resultaba más fresco, pero ahora es un destino turístico de primer orden gracias a sus almenas, cúpulas, ménsulas, torres, blasones, relieves escultóricos y colores de tono pastel.

 

Sobre El Autor

Nacido en Oviedo (Asturias), soy historiador de formación y bloguero profesional desde 2009, con atención especial a viajes y turismo. Me gusta conocer otros lugares, bien todo el país, bien centrándome en alguna ciudad. He hecho la casi preceptiva visita a naciones de nuestro entorno europeo, como Portugal, Francia, Italia, Inglaterra, Escocia, República Checa, Rumanía y Grecia, en busca de esa identidad continental común.En el entorno mediterráneo tuve ocasión de hacer realidad un viejo sueño y recorrer Egipto en lo que fue mi primer periplo exótico. Luego siguieron otros igualmente fascinantes como Jordania y Marruecos. También salté el charco para descubrir el Nuevo Mundo, desde México a Bolivia pasando por Costa Rica, Panamá, Colombia y Perú, donde me sentí como en casa.Finalmente, también pude cumplir otro anhelo al viajar a África para ver in situ esos rincones que me fascinaban desde niño por los relatos y películas de exploradores: Kenia y el legado de Karen Blixen, Uganda y las fuentes del Nilo, Ruanda y los gorilas de montaña, el Serengueti o el Cráter del Ngorongoro en Tanzania...Extasiarse ante belleza impactante de la Capilla Sixtina, atisbar el Tesoro de Petra asomando por la abertura del cañón del Sij, sentirse abrumado por los colosos de Ramsés II en Abu Simbel o las pirámides de Giza, escuchar la potencia ensordecedora de las cataratas Murchinson, ver salir el sol desde lo alto del Sinaí o de Machu Picchu, cabalgar por la ribera del Nilo, caminar por la grandiosidad enigmática de Teotihuacán, despertarse al amanecer con el rugido de un león en la sabana, fotografiarse ante la inmensidad blanca del Salar de Uyuni, deambular por el Whitechapel de Jack el Destripador, contemplar París desde lo alto de la Torre Eiffel, navegar por el lago Ness...Todo ello -y lo muchísimo más que aún haya de venir- trato de plasmarlo en imágenes y palabras a través de mi blog El Viajero Incidental y Viajeros de La Brújula Verde.

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